Un libro editado por Agnés Siré, de la Fundación Cartier Bresson, recoge toda la obra del fotógrafo chileno, casi desconocida en el país.
días después de la muerte de Sergio Larraín, en febrero de 2012, Agnès Siré recibió dos cartas suyas. En ellas el fotógrafo le agradecía a la directora de la fundación Henri Cartier Bresson de París y ex jefa de archivos de la agencia Magnum el libro que le había enviado para su cumpleaños. Ambos habían nacido un 5 de noviembre y durante 30 años de amistad intercambiaron regalos y más de 500 misivas.
Las cartas eran el único medio de comunicación de Larraín con el mundo desde que a fines de los 70, después de 20 años dedicado a la fotografía en distintas partes del mundo, se recluyera en una casa en Ovalle, y un campo en Tulahuén, en la precordillera de la IV región, para concentrarse en el yoga y la ecología, sin teléfono, vinculado al mundo sólo gracias a una casilla postal.
“Una buena fotografía viene de un estado de gracia”, escribió Larraín en una de sus cartas a Agnès, “y la gracia viene del hecho de ser libre, y para ello las personas que quieran ser creativas deben aislarse. En mi pequeña casa de campo no paso hambre, hay verduras y árboles frutales, tengo todo para sobrevivir en paz, como en un convento”.
“Es difícil hacer buena fotografía: he intentado adaptarme a vuestro grupo para aprender y ser publicado. Pero quiero regresar a lo serio nuevamente, es el problema de los mercados, del ganar dinero. Estoy desconcertado y quiero buscar un camino que me permita nuevamente moverme en un nivel más vital”, le escribía Larraín a Cartier Bresson, en 1962, en una carta recogida en el libro. Larraín comenzaba a dar la espalda a la fotografía de prensa.
Años atrás, en 1958, esa misma manera de trabajar le había permitido ingresar a la agencia Magnum, gracias a su serie Vagabundos, un conjunto de fotografías tomadas casi por azar a los niños de la calle en Santiago.
Larraín se instaló en París y luego en Londres, y se consagraría con sus trabajos para las revistas Paris Match, Life y The New York Times.
Desde su exilio voluntario, Larraín describía a Sebastián Donoso su forma de entender la fotografía: “Sal del mundo conocido, penetra en lo que no has visto y déjate llevar por las ganas de moverte, donde lo sientas y poco a poco encontrarás cosas y las imágenes vendrán a ti como apariciones. No te fuerces nunca a hacer fotos, porque la poesía se habrá perdido”.