Hoy hace cien años nació en Copiapó uno de los más indiscutibles valores de la raza, un hombre que, a medida que pasa el tiempo, rebasa el casillero partidista con el cual se le identificara para transformarse en un símbolo de las virtudes republicanas. «En su rica naturaleza», decía el periodista conservador Manuel Blanco Cuartín, a raíz del fallecimiento de Pedro León Gallo, «se habían reunido todas las cualidades que enaltecen la personalidad humana, para hacerle ejemplar y simpático. Poseía todos los dones que la Providencia reparte a sus elegidos: talento claro y certero, instrucción sólida, probidad sin mancha, y sobre todo, un patriotismo elevado por su pureza y abnegación hasta la altura del heroísmo antiguo».
Gallo nació el 12 de febrero de 1830. Es curioso anotar que en el mismo año nacieron Gregorio Víctor Amunátegui, Alberto Blest Gana, Ramón Sotomayor Valdés, Diego Barros Arana y Ambrosio Montt Luco. Andando el tiempo, Gallo y los nombrados iban a ser condiscípulos en las aulas del Instituto Nacional.
En 1850 hizo su estreno en la vida periodística con algunos artículos en «La Tribuna».
En la Revolución de 1851 fue partidario de la causa del Gobierno.
En 1852 se estableció en Copiapó, su ciudad natal. Explotó con sus hermanos las minas de su padre.
En 1853 fue elegido regidor de la Municipalidad de Copiapó. Trabajó por la abolición de la pena de azotes, que se aplicaba con mucha frecuencia a los soldados de la Guardia de Seguridad. Como, a pesar de todo, el Comandante de Policía insistía en aplicar la pena, contrariando los sentimientos humanitarios del joven regidor, éste protestó de la conducta del Jefe policial, y propuso, en una acalorada sesión de la Municipalidad, un voto de censura al Intendente, don José María Silva Chávez. En vista de este voto de censura, el funcionario aludido destituyó de su cargo edilicio a Pedro León Gallo. El altivo regidor apeló al Consejo de Estado; este cuerpo aprobó la acción del Intendente.
Desde entonces comienza Gallo a combatir el Gobierno del Presidente Montt. Libra batallas en la prensa, en la tribuna y en los comicios, defendiendo sus ideales y las libertades públicas. Su pueblo le quería y respetaba; lo consideraba su líder, y obedecía sus órdenes.
El 5 de enero de 1859, el pueblo de Copiapó fue convocado a un comicio público para declarar la guerra al Gobierno constituido, por no respetar éste las leyes ni los derechos de los ciudadanos. Pedro León Gallo fue elegido, naturalmente, caudillo del movimiento. Al aceptar esta responsabilidad, declaró solemnemente que estaba dispuesto a luchar hasta dar la vida, si era necesario, por librar al país de la tiranía.
Después de haber improvisado un ejército, en marzo de 1859 cruzó el desierto y derrotó a las tropas del Gobierno, mandadas por Silva Chávez (14 de marzo), en la quebrada de Los Loros. Con los restos de armamentos que dejó abandonados Silva Chávez, el caudillo popular reforzó su ejército. Pero en el segundo encuentro, la batalla de Cerro Grande, (29 de abril), Juan Vidaurre Leal lo derrotó completamente tras dos horas de rudo combate. Vencido, el caudillo emigró a la Argentina con 700 de sus partidarios. De ahí se dirigió a los Estados Unidos y Europa.
Funcionaba entonces en Santiago el «Círculo de Amigos de las Letras», institución que le eligió socio. Escribió también una biografía muy amena y bien documentada del escritor José Joaquín Vallejo.
Muy corta fue su permanencia en Santiago. En 1863 volvió a su pueblo natal. El 27 de diciembre de 1863 fundó la Asamblea Radical de Copiapó. Con razón se ha dicho de Gallo que, después de Matta, es el primer hombre del Partido Radical.
En 1866 fue candidato del Partido Radical a la Presidencia de la República. Al año siguiente, fue elegido diputado por Copiapó. En 1876 pasó al Senado como representante de Atacama.
Domingo Arteaga Alemparte dice en «Los Constituyentes de 1870»: «Cuando siente el estímulo de la pasión, su espíritu se exalta fácilmente, su voz se hace trueno, su palabra quema y devasta, su discurso se convierte en deshecha tormenta».
En las horas que le dejaba libre la política, asistía a las sesiones de la «Academia de Bellas Letras», sociedad que contaba entre sus miembros a los intelectuales más prestigiosos: Manuel Blanco Cuartín, José Alfonso, Daniel Barros Grez, José Manuel Balmaceda, Miguel Cruchaga Montt, Luis Rodríguez Velasco, Guillermo y Manuel Antonio Matta, Fanor Velasco, Augusto Orrego Luco, etc.
El 16 de diciembre de 1877 dejó de existir este hombre que fue todo corazón, y que demostró en todo momento de su vida ser un gran carácter. Sus restos fueron trasladados a Copiapó.
Casi dos siglos abarca esta familia, originaria de Génova (Italia), trasplantada a Chile en el siglo XVII, reproducida en La Serena y en Copiapó en los albores de la Independencia, y propagada después con una fuerza tal de predominio, que estuvo a punto, en 1859, bajo la personalidad avasalladora y rebelde de Pedro León Gallo y Goyenechea, de ocupar la primera magistratura de la Nación.
El fundador de esta familia en Chile es don José Antonio Gallo Bocalandro, nacido en Viariggi, cerca de Génova. Se estableció primeramente en La Serena, y allí contrajo matrimonio con doña Mercedes Vergara. Después se trasladó a Copiapó y se dedicó a negocios mineros, en unión de uno de sus hijos, don Miguel.
Dos de sus hijos estaban llamados a dar lustre al apellido y riquezas incalculables al país: don Marcos y don Miguel.
El primero, ordenado de presbítero en 1797, fue elegido diputado por Coquimbo y formó parte del primer Congreso Nacional. Don Miguel ostenta dos grandes títulos ante la historia: es el padre de Pedro León Gallo y el descubridor del mineral de Chañarcillo, el más rico que recuerda la mineralogía de Chile.
En sus continuos viajes de Copiapó a su ingenio del Molle, don Miguel Gallo Vergara solía descansar en la choza de la india Flora Normilla, en Pajonales. Vivía pobremente esta india, haciendo vida pastoril con su hijo Juan Godoy, arriero y leñador del ingenio del Molle. Llevada de nobles sentimientos de gratitud hacia el patrón de su hijo, ofrecióle en varias ocasiones hacerle dueño de una gran riqueza que había descubierto cerca de su choza. Pero el patrón no escuchó nunca tales ofrecimientos y los creía una simple ilusión de la pobre pastora.
El 16 de mayo de 1832, recibió de parte de Juan Godoy la revelación del secreto comunicado por su madre, y tres días después presentaban ambos al notario de Copiapó el denuncio de la mina «Descubridora de Chañarcillo». Aquel venero argentífero produjo una riqueza fabulosa y convirtió en millonarios a todos los descendientes del afortunado aprovechador del secreto de la india Flora Normilla y a todos los que de él participaron. Cerca de diez años explotó don Miguel Gallo el venero que le había proporcionado la suerte y en ese lapso llegó a ser fabulosamente rico.