“Para algunos son como seres mágicos, porque pasan a ser invisibles. Queremos que la gente sepa que tienen sentimientos, que padecen hambre, frío, de todo”. Este es el parecer de Francisco Riquelme (33 años), un residente de La Serena como muchos otros, que un día se dio tiempo para conocer el mundo de las personas que viven en humildes ranchos a un costado del puente El Libertador, a la entrada de Las Compañías. Algo que, desde la primera vez que bajó de la vereda para saber quiénes eran, lo ha marcado como una suerte de vocación.
“Normalmente venía al centro a pie y veía las casuchas. En mi ignorancia, pensaba que estaban deshabitadas, hasta que vi gente partiendo leña, calentando agua. La inquietud me hizo bajar. Es una inquietud personal y de ahí se fueron sumando fuerzas. Ahora somos cerca de 40 ‘locos’ que andamos dando vueltas en esta función”, dice Riquelme.
Desde que empezó en este empeño, en el año 2013, se han generado lazos con esos seres humanos antes invisibles. Son 16, dos mujeres y el resto, varones. Ahora cada uno tiene nombre, ya no es una mera sombra. Y el sitio mismo también tiene nombre: Villa Bienestar; así decidieron llamarle sus residentes.
Los voluntarios que colaboran con ellos se coordinan mediante redes sociales. “En Facebook llamamos a hacer ollas comunes, celebramos cumpleaños; mis cumpleaños los celebro con ellos. El objetivo central de nosotros es hacer algo por ellos. Los tratamos por su nombre, le damos la dignidad que merece cada persona. Independiente que alguno tenga corbata o terno, no lo hace mejor persona que alguien que vive en el río; somos todos iguales, solamente que hemos optado a ciertas ofertas de la sociedad”, afirma.
Los ayudan llevándoles alimento, consiguiendo tratamientos de salud; también simplemente acompañándolos. Algunos tienen problemas de alcoholismo; otros, de drogas. Algunos padecen enfermedades. Pese a todas las dificultades, unos cuantos logran, de cuando en cuando, salir de ahí y empezar una nueva vida.
