Ex empleado del Arzobispado: Cox tuvo una red de protección

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Yavar dice no temer hablar hoy. «Es necesario»… Por lo demás cuando estuvo en ese lugar, entre los años 1990 y 1997, dice «haber dado la pelea».

Francisco José Cox Hunneus, ex arzobispo de La Serena, hoy con 85 años, está al cuidado de una familia en una casa en las afueras de Santiago, enfermo y con demencia senil, como aseguran en Schoenstatt.

Lo importante, dice Yavar, bajo su punto de vista, es demostrar que todo lo que pasó no fue solamente responsabilidad de Francisco José Cox, «sino además de toda una estructura de poder, que estaba muy bien cimentada»…

Más de veinte años después, Tomás Yávar (52) cuenta lo que en su momento no quiso o no se atrevió a contar.

Tomamos de la grabación las propias declaraciones del entrevistado, con resguardos, sin dar nombres ni lugares.

Cuando llegué supe dónde estaba metido

Bien recuerda Tomás, que llegó desde Santiago a La Serena a trabajar en el Arzobispado, porque era miembro de la comunidad Agustina de Chile «y la congregación en ese tiempo tenía una debilidad pastoral, así que vine para hacerme cargo de la pastoral juvenil».
De Cox recuerda «en ese entonces con su presencia casi omnipotente intrigaba por su sabiduría y encanto a los más abrumados».

«Me llamó la atención que las cosas que pasaban en La Serena, en el Arzobispado, eran sabidas en todo Chile. ¡No era un tema menor!. Tampoco era un comentario resentido o de alguien por ahí que lo dijera a tontas, porque a mí tres curas de Santiago, antes de venirme, me dijeron: ‘te vas a la jaula de las locas’. Yo reí nomás -exhibe una sutil sonrisa que se le escapa de los labios-, Cuando me paré en el Arzobispado por primera vez supe dónde estaba metido. Cuando llegué, me enteré y vi algunas cosas, no lo cuestioné porque entendía que eran jóvenes -nunca supe, hasta ahora, que Cox abusaba de niños- y que ellos tenían la capacidad de reaccionar. Sabía que Cox tenía a sus regalones, cabros que yo veía, cuando trabajaba ahí, que venían a buscar su cheque».

Cuando Tomás llegó a La Serena comenzó a colaborar con el padre Dixon Yáñez, cuya oficina estaba en calle Colón con O’Higgins, «me comencé a involucrar hasta que llegó un momento en que pasaba harto tiempo en el Arzobispado, administrativamente y financieramente yo era responsable de la Comunidad Agustina de Chile», dice.

Y agrega, frunciendo un poco el ceño y de brazos cruzados, «que yo era una persona que siempre cuestioné públicamente al personaje, porque veía que habían errores que uno no esperaba de un pastor. Por ejemplo, que era muy clasista, y lo otro que todos sabíamos, puesto que era algo muy fuerte y enterado en la iglesia, que Cox tenía malas costumbres con algunos jóvenes. Quiero dejar bien en claro que todo el mundo, valga la redundancia, sabía que Cox tenía una carrera jerárquica muy fuerte y que se había mandado un condoro en el Vaticano, que tenía que ver con índole sexual, y como en una transición, no como castigo, lo enviaron para La Serena».

Fiestas en que todos reían

En términos clericales La Serena, cuenta Yavar, «es una diócesis de transición, porque el que sube o el que viene de vuelta, tiene que pasar por acá. Y entendiendo esta lógica, siempre me llamó la atención que todo el mundo sabía en Santiago, y también en Valparaíso, que acá pasaban esas cosas, y eso lo conocían muchos políticos».

Nunca fue de su círculo íntimo, «ya que no lo saludaba porque era muy clasista». Lo que sí asegura es que el poder político y económico estaba o sabía de ese lugar.

«Muchos sabían que pasaban cosas en un departamento que se arrendaba en la Avenida del Mar. ¡Si hasta tallas se hacían! Es que cuando queríamos molestar a alguien le decíamos: ¿qué, te toca ir al departamento? Era un tema sabido por seremis de gobierno de la época, que habían sido funcionarios del Arzobispado. Eran comentarios que hacíamos entre nosotros y quien manejaba esa información era el jefe administrativo del Arzobispado en ese entonces, porque sabía de los dineros que salían y entraban. Ese personaje debe saber mucho…».

Insiste en que «era un tema muy sabido por personajes públicos y políticos, y que en eso había una cierta red de protección, de reuniones».

«Mientras yo trabajé en el Arzobispado, que fueron casi siete años, siempre escuché de esas fiestas. En ese lugar yo sabía y también me lo dijeron, que Cox llevaba a sus regalones, a cabros que él ayudaba, que eran universitarios; eso era un comentario muy sabido dentro del Arzobispado».

Tampoco era una cuestión de todos los días. Sino que «una vez a la semana. Los lunes, por ejemplo, cuando se sustraía del mundo público, Cox se iba a ese departamento. A veces hacía fiestas y otros días se iba y se alojaba, nada más».

Abusos, silencio, protección. Este entramado se repite siempre en las declaraciones que entrega Tomás.

«En el fondo, todos hacíamos la misma lectura, que eran cabros mayores de edad y que sabían lo que hacían… Era una verdad decir que la casa blanca (arzobispado) estaba llena de homosexuales. Esa era una certeza y yo lo supe antes de llegar, cuando estaba en Santiago», señala.

Una de las virtudes que tenía Cox, en términos reales, dice, es que era un obispo muy político.

«Cox evaluaba y consultaba. Tenía esa virtud en lo político. Era un gallo que tenía muy buena muñeca y entendía bien ese tema. Y de hecho, se preocupaba de tener reuniones normales con el intendente».

Asegura que «Cox era líder de los curas más conservadores, digamos. Entonces no era un arzobispo cualquiera. Era muy inteligente en lo político, operaba muy bien y se rodeaba de algunos sacerdotes, como Escalante y otros, que tenían ciertas diferencias con aquellos curas que eran más pastores. Había un círculo de protección que se vinculaba con actores políticos de la región. Te aseguro que muchos políticos lo sabían, pero no lo cuestionaban».

Y sigue: «A mí no pueden decir que no sabían o que no habían escuchado del tema, porque entre nosotros era parte de los chistes. En el fondo se hablaba del tema como una burla y nadie me puede decir que esas cosas, insisto, no estaban pasando. El tema es que no podían probarlo. Cox era un gallo con muy buena muñeca y hacía sentir su poder. Entre mediodía y las 2 de la tarde, por ejemplo, se daba vueltas por la plaza y siempre había personas con él. Hacía entender que era una autoridad dentro de la región. ¡Se hacía notar! No era un gallo pasivo y articulaba mucho políticamente. No tenía problemas en ir a los juzgados para averiguar qué pasaba o cruzar a la intendencia. Entendía muy bien su rol público.

«También generaba cierta influenza en cargos públicos, como nombramientos de seremis. No conocí ningún candidato de la Concertación que no partiera buscando la venia de Cox para ser candidato. ¡Si le presentaban hasta sus programas de Gobierno! Pero más me sorprendía la gente de izquierda. De hecho, me pedían a mí las reuniones para sacarse una foto con él y hacerla pública. Acá la cosa no reventó porque existía una decisión de que la wea pasara, porque Cox tenía mucho poder y era importante».

Otra situación que siempre le llamó la atención fue que «tenía conexiones importantes desde el punto de vista económico a través de Schoenstatt, por lo que hacía mucho lobby. Por ejemplo, se hacían actividades en donde participaban cientos de jóvenes y todo era con donaciones. Con una llamada telefónica financiaba todo. Eran gestiones que Cox hacía y que los empresarios dejaron de aportar una vez que dejó de ser obispo. En ese sentido nadie me puede decir que no sabían lo que estaba pasando. No había ningún personaje político aspiracional que no buscara su protección o su validación».

Tomás Yávar aclara que en esos años el ambiente, para algunos, «era triste y perturbador», como lo han definido hoy las víctimas denunciantes, Hernán Godoy y Abel Soto.

Advierte que le llamaba la atención «cuando llegaba una hermana del Hogar Redes con niños al Arzobispado y se generaban reuniones privadas».

«La verdad es que nunca supimos para qué los traía y con qué motivo. Eso nos incomodaba a varios que estábamos ahí y, por lo mismo, nos preguntábamos ‘a qué xuxa trae los niños para acá…’. Verlos ahí nos llamaba la atención, ya que había ciertas conductas raras. Yo lo vi como dos veces, pero siento que había una mecánica especial. Además que con todo el poder que tenía la iglesia, y Cox especialmente, era muy difícil cuestionar a alguien del clero en esa época».

De todo lo vivido y visto, dos cosas dice que le llamaron la atención. «Cuando él se encerraba con algunas personas en la oficina por mucho rato; saber por qué la monja le llevaba niños y lo otro, cuando Cox iba al seminario y se encerraba con seminaristas, hasta tres horas, y te lo puedo asegurar sin ningún problema. Eso siempre me llamó la atención y se conversaba dentro de los curas, pero por un tema jerárquico no lo podían poner en cuestión, dado que era el obispo. Bueno, algunos lo cuestionaban pero no le podían decir que no lo siguiera haciendo».

Asiente que esas conductas de Cox «eran reiteradas y es una verdad absoluta. Entendíamos que pasaban cosas, pero también había, producto de lo mismo, sacerdotes que se resguardaban. Evitaban hacer confesiones en el confesionario, por ejemplo, así que buscaban la forma de hacerlo en otros lugares o en las mismas bancas. Y eso lo hacían para evitar, para que no todos fueran metidos en el mismo saco. De hecho, quien tenía mucho cuidado con eso era el padre Dixon, pues cuando entraban los cabros a su oficia a hablar con él nunca cerraba la puerta, sino que siempre la dejaba abierta. Nunca entraba en detalle, pero me decía: ‘prefiero evitar’».

¿Pero por qué hablar ahora?

«Siempre manifesté mi molestia, di la pelea, pero nadie me pescaba. Nadie de las hoy víctimas se acercó y me dijo lo que pasaba. Yo siempre entendí que Cox lo hacía con jóvenes y eso era errático, obvio, pero comprendía que un joven podía decir que no, ¿me entiendes?…

Y respecto a los niños «de verdad que nunca lo supe, porque de haberlo sabido dejo la cagá. Nunca lo vi cercano a los niños, excepto cuando del Hogar Redes los traían, pero que yo tuviera constancia, nunca. Siempre supe que eran cabros jóvenes, abrazos, besos cunetiados, cosas que yo vi, y lo conversé con los curas. Acá habían cosas que pasaban y todos lo sabían, ya que hasta se conversaba en término de talla, de sarcasmo, pero nadie quería entrar en el juego de probarlo, puesto que era el obispo, una persona muy poderosa».

Bajo su punto de vista, se decidió a hablar porque «quiero demostrar que todo lo que pasó no es solamente responsabilidad de Cox, sino que de una estructura de poder que estaba muy cimentada y que hoy se desmoronó. Hay muchas víctimas que no han aparecido, porque sienten que pueden salir perjudicados. Esa estructura murió, pero no tenemos ninguna seguridad de que no siga pasando hoy. Manuel Donoso la desmoronó, pero no la derrumbó. ¿Bernardino Piñera? Lo que entiendo es que él igual dio la pelea.

Yo llegué cuando Cox ya era arzobispo. De hecho, Piñera dilató su jubilación para evitar por todos lados que Cox asumiera lo que ya todo estaba estructurado. Trató de evitar, dilató su salida. En Santiago dijo que le molestaban ciertas conductas de Cox. Sí, Piñera sabía, al igual que Precht y otros, lo que pasaba acá, y trató de evitarlo, pero perdió la muñeca».

Red de protección

Sabe que lo pueden llamar a declarar, si es que hay un juicio. Y de ser así, irá y contará lo que sabe. Asegura que la única vez que la prensa se le acercó para preguntarle algo fue una periodista de La Nación, en 2000, para un reportaje que estaba realizando, «pero cuando le dije que sólo sabía de jóvenes y no de niños, me dijo que gracias, pero que no le servía».

Sin embargo y lo más importante, avisa, «es entender que acá había una red de protección y no me vengan a decir ahora que no sabían los políticos de esos años lo que pasaba.

Sabían, pero nadie se quería meter, porque se trataba de Cox, porque el gallo operaba muy bien políticamente, a tal punto que ningún candidato de la DC o de la Concertación y de la región, en general, no buscara la foto de él y su venia para validar su candidatura. Te puedo asegurar que había una decisión política de no meterse en el tema, y la información la manejaba el intendente, el gobernador, el seremi de Gobierno… Y eso lo comentábamos, así que no me pueden decir que no lo sabían».

Hoy esa red de protección, que cubrió esos abusos, no existe con la envergadura de ese entonces. Sus cercanos, que eran como cuatro o cinco personajes, sabían todos. Entre ellos algunos curas, como Nibaldo Escalante (alejado de oficiar), que Manuel Donoso, cuando fue arzobispo, reemplazando justamente a Cox, lo expulsó.

Luego Cox se fue a Colombia, prácticamente enviado a la fuerza, como lo avala Tomás.
«Fue porque cometió el error de meterse con un joven que era de una familia poderosa de la región y la mamá cuando se enteró, habló fuerte: o me lo sacan o hablo. Me lo comentó alguien del gobierno, de la intendencia en esos años. Entonces ese era el contexto en que se movía todo. No sé en otras partes del país, pero acá era así. Siento que en La Serena se maquilló la cosa, porque había certezas de todas partes, pero nadie hablaba. Unos por temor y otros por conveniencia».

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