Consternación y pesar existe en los vicuñenses por la repentina partida de la señora Javiera Rojas Rojas (65), conocida comerciante de la botillería Azola, que sufrió graves lesiones en la tarde del viernes, luego de ser atropellada por un automóvil conducido por una mujer, que huyó sin prestarles auxilio.
Sus funerales serán este lunes.
El accidente de tránsito se registró a las 18:00 horas del viernes, en Avenida Las Delicias con Isolina Barraza, en Vicuña. Javiera Rojas, junto a su empleada María Pizarro, abría la puerta de acceso a su vivienda, cuando un auto Volkswagen se salió de la calzada, subió a la acera e impactó en forma violenta a las dos mujeres, ambas mayores de 60 años.
La conductora del automóvil no habría prestado ayuda a las víctimas y además huyó del lugar.
Vecinos, peatones y conductores que transitaban por el sector vivieron minutos de horror tratando de auxiliar a las mujeres.
Lamentablemente, debido a las graves lesiones sufridas (fracturas y policontusiones), Javiera falleció mientras era atendida en el hospital local, mientras María resultó con fracturas en una pierna.
La señora Javiera Carmen Rojas Rojas era ampliamente conocida en Vicuña. Mujer muy trabajadora, solidaria y amable. Conversaba con todo el mundo y siempre colaboraba con bingos, rifas o platos únicos, por los que le pedían aportes.
Administró la Botillería Azola, negocio familiar que este año cumple 90 años, siendo el más antiguo en el Valle de Elqui, con la patente de alcohol más antigua del valle. Este año ella cumpliría 32 años al mando de la botillería. Crió y educó a sus cuatro hijos en este trabajo de comerciante.
En noviembre de 2013, nuestro corresponsal en Vicuña le hizo una entrevista. «Esta patente la obtuvo Elvira Azola en 1930, junto a otra patente de don Narciso Rivera. Era un depósito de licores. Yo vivía a una cuadra. Mi abuelo me mandaba a comprar un litro de vino. Fue entonces que conocí a Oscar Azola, quien después fue mi esposo. En esos años el vino se vendía por «cañas», en chuicas o botellas de vidrio revestidas de mimbre, y las botellas de cerveza venían en cajas de madera (javas). En 1988, una vez que falleció mi suegra, trasladé el depósito de licores a este lugar y comencé aquí con la botillería Azola. Hay una historia larga llena de anécdotas, momentos difíciles y agradables. Antes se vendía mucho el pisco Capel. También existía la grapa. Ahora se vende poco el pisco, ha sido desplazado por el ron y el vodka. Antes yo vendía 10 cajas de pisco en dos semanas, ahora una caja me dura varios meses. Lo que más se vende son las cervezas y las bebidas, tal vez por el clima del valle. Luego le siguen los vinos, el ron, el vodka y el champagne», narró en ese entonces Javiera Rojas.
Ahí también relató que su labor de comerciante la combinó con el servicio gratuito de «informadora turística», ya que por estar en un lugar estratégico, todos los días debía orientar a turistas y responder distintos preguntas a los visitantes. Sin embargo no todo fue color de rosa. Su familia y sus ayudantes pasaron situaciones complicadas, como asaltos y accidentes de tránsito.
«En una ocasión estaba a punto de tener a mi último hijo y me tocó presenciar una colisión frente al local. Con el susto se me adelantó el parto y me llevaron al tiro al hospital. Luego supe que Carabineros me andaba buscando para declarar por ser testigo del accidente, pero yo estaba en el hospital. En otra ocasión mi suegra estaba sentada en la entrada de la puerta del local y un vehículo chocó contra la puerta. Ella quedó impávida a menos de un metro.
Hemos sufrido varios robos; una vez robaron de noche y se llevaron varios millones de pesos en cigarros y licores. En otra ocasión estaba con mi hija y un sujeto se abalanzó para sacar el dinero de la caja, y mi hija le propinó un golpe en la cabeza con un tazón, lo cual hizo que huyera del lugar. Más que un negocio, esta botillería es mi vida y seguiré con ella hasta que Dios lo quiera», confesó doña Javiera.
Han pasado casi 90 años, 32 como botillería, y este comercio se mantiene en el mismo lugar, ganándose el respeto de una gran clientela que lo prefiere por su ubicación estratégica, pero sobre todo por la buena atención que brindaba la señora Javiera Rojas, con el apoyo de su extinta madre Nilda Rojas, sus hijos y su empleada María Pizarro. Hoy la Botillería Azola y toda la ciudad del eterno cielo azul están de luto por la trágica y lamentable pérdida de una de las vecinas más destacadas y carismáticas que ha tenido la tierra de Gabriela Mistral.