Asegura ser víctima de una bomba lacrímogena que le impactó en el rostro

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Franco Núñez y el proyectil que le dio en pleno rostro. En entrevista con Diario La Región, este joven cuenta lo sucedido el miércoles 11 de marzo, después de una manifestación, y que el miedo no lo dejará acostado en su casa: «Quiero que todos vean como es la represión acá en La Serena, por eso hago público mi caso»

El llamado a todos ese 11 de marzo fue a manifestarse por los dos años del Gobierno de Sebastián Piñera. En La Serena se marchó por el centro, hasta llegar a la zona cero, en la intersección de calle Balmaceda con la Avenida Francisco de Aguirre. Franco Núñez, de 23 años, era uno de ellos. También su hermana.

Horas antes se despidió de su madre, en la población La Antena, en La Serena: «Cuídate Franco, cuídate», le dijo.

Ese día, recuerda, la gente marchó pacíficamente y sin conflictos. Llegaron al bandejón y ahí se quedaron. Saltaron. Cantaron. Algunos encendieron fogatas. Se tiraron fuegos artificiales.
«Todavía no pasaba nada cuando llegó el zorrillo. Pasó muy lento frente a nosotros y algunos comenzaron a tirarle proyectiles. No tiró gas pimienta, nada. Pero cuando estoy frente a la Tía Rica, por el lado oeste, sentí que algo me pega en la cara y a mi lado comienza a salir mucho humo. No sé si fue una bomba lacrimógena o una bomba de humo, pero hay testigos que dicen que fue una lacrimógena», cuenta este joven desde su hogar, aún con dificultad para hablar, y con el ojo derecho completamente cerrado e hinchado.

El dolor fue inmediato y al tocarse la cara, sus manos quedaron ensangrentadas. «Sentí como que mi nariz se quebró y comencé a sangrar mucho. Quedé en shock. Me desesperé y no sabía qué hacer. Vi un casco rojo que estaba cerca de mí, que son voluntarios de los Derechos Humanos, y le pedí ayuda. Como tenía la cara tapada no vio nada, así que me saqué la polera y fue cuando me vio ensangrentado. Entonces pidió ayuda a otras brigadas y me trasladaron a la Casa de la Memoria, con un casco blanco en mi cabeza, para que Carabineros dejara de lanzar bombas».

Las tiran al cuerpo

Entre el lugar en donde recibió el disparo y la Casa de la Memoria, que hoy se ocupa como enfermería, hay sólo unos metros, pero para Franco fueron eternos.

Fue llevado por varios voluntarios y «no podía respirar; estaba asustado, puesto que el dolor que sentía era inmenso y no sabía realmente qué me había ocurrido: si me habían fracturado la nariz, si me habían sacado los dientes, si me habían pegado en el ojo. Sólo sentía mucho dolor».

Adentro fue atendido por paramédicos que lo curaron, pero debido a la gravedad de las heridas tuvo que ser trasladado a urgencia del Hospital de La Serena.

«Como pude llamé a mi padre, a mi hermana, que también estaba en la marcha, para que estuvieran tranquilos. De verdad que ese día fue raro, porque marchamos sin complicaciones, y claro, se prendieron fogatas en bomberos, pero cuando llegaron los pacos comenzaron a disparar como locos y nos separamos. Pero hay testigos que dicen haber visto todo, de que no hubo disparos al cielo, sino que al frente, al cuerpo. Y hace rato que las bombas las están tirando al cuerpo, al piso quizás para que el rebote les dé más velocidad y el golpe sea mucho más fuerte».

En el hospital le diagnosticaron fractura, pero no del tabique. Un alivio. «Quizás un ángel me salvó, ya que fue un poquito más abajo del ojo, por suerte, de lo contrario no la cuento. Ahora tengo el ojo muy hinchado, y sólo puedo ver con el izquierdo».

Recién tiene hora para el otorrino el martes próximo, «ya que mientras no se me deshinche la nariz no pueden hacer nada, y dependiendo de lo que me digan el martes, seguramente tendrán que operarme».

Le puede pasar a cualquiera

Franco asume que ese día cualquiera pudo haber terminado lastimado. Le tocó a él.
«Estoy claro que esto le puede pasar a cualquiera; a mi hermana, a mis compañeros de lucha, debido a que esto no es un juego. Esto no es cualquier cosa, ya que salir todos los días a marchar, a manifestarse, no significa una diversión, menos tirarle una piedra a los pacos. De hecho no deberíamos hacerlo, pero el país está súper mal, y si le juntas a eso la represión que tenemos, de verdad que te da impotencia, rabia, pero yo siempre he estado claro a lo que voy cada vez que salgo a marchar».

Desde el 18 de octubre, día que comenzaron las manifestaciones en todo el país, acusa que le han llegado cinco perdigones. «Tengo uno en el brazo, dos en mi pierna y uno en la espalda. Acá están, mira. Todos me llegaron desde que comenzó el estallido, entre octubre y noviembre».

Reconoce que su madre es la más atemorizada cada vez que sale con su hermana. «Mi mamá es la que más teme con todo esto, pero está a favor de lo que hacemos. Pero también sabe que cuando me mejore voy a volver a salir, porque no me quedaré en la casa asustado. Claro que esta vez lo haré con más cuidado y con más protección, pero no me quedaré en la casa con miedo, nunca».

Su papá igual se preocupó cuando le avisó que estaba en el hospital, «pero está en la lucha, ya que junto con mi hermana son ‘matalacri’, los que recogen las lacrimógenas y las meten en el chimbombo. Y justamente ese día no andaba, porque es muy alérgico y días anteriores se le hinchó la cara por las bombas».

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