Con una residencia en Coquimbo que atiende a menores hasta los 14 años, luchan con más esfuerzo individual que aportes del Estado. Hace tiempo que no logran ganar un proyecto «y ahí nos preguntamos cuáles son las prioridades…», cuenta su directora.
A pesar de ser un sistema pensado como el último recurso para acoger a niños vulnerados, sin parientes en su red de apoyo capaz de acogerlos, las residencias finalmente los reciben, a petición de los tribunales, «y se inicia un trabajo fuerte en rehabilitar todo su proceso interno y en la reparación de daños».
Kimbelen Figueroa es la representante legal y gerente de la Corporación ASOEM (Asociación de Emprendimiento de Desarrollo Social y Laboral), que nació hace ocho años para ser un puente entre el Estado y las instituciones, que anteriormente eran SENAME, especialmente con los jóvenes infractores de ley.
Una tarea del todo compleja, por cuanto explica que cuando partieron veían como niños de 14 años llegaban a estos centros privativos de libertad y cuando eran egresados, «regularmente no había ninguna red de apoyo, o la red eran sus padres consumidores de pasta base, alcohólicos o estaban sumergidos en la delincuencia».
De esta manera era imposible que un niño, con la madurez que ellos tienen, pudiera salirse de ese contexto, aunque, sin embargo, algunos de ellos nacen precisamente en estos contextos y es lo único que conocen.
«A veces estamos hablando de una familia completa, generacional, que tiene estas conductas arraigadas que son de altos niveles criminológicos», asegura.
Desde sus inicios
En el sector El Llano de Coquimbo, detrás del estadio, hace dos años funciona la residencia Sol del Mañana que atiende a niños y niñas de seis a catorce años. Hoy tienen veintidós menores a cargo: dieciocho en residencia y el resto en acercamiento familiar.
Reconoce Figueroa, asistente social y directora del centro, que hay muchas probabilidades de que menores de edad, infractores de ley, si es que un tribunal lo determina, pudiesen ingresar a la residencia.
Pero pese a los esfuerzos, el panorama en los hogares ha sido muy complejo desde sus inicios, «aunque hoy existen más garantías y protección». Admite que el panorama a veces sobrepasa a todas las instituciones juntas, «porque vienen niños con diferentes características conductuales, que hacen que la residencia de repente se vuelva un factor muchas veces poco protector para ellos».
Por eso enfatiza que «las residencias siempre serán la última opción del Estado, pues ojalá que los niños no pasaran por una». En su caso, «nuestro programa es súper fuerte porque trabaja hacia la vida independiente», cuenta.
Y si llegan por distintos motivos, «trabajamos fuertemente en rehabilitar todo su proceso interno, en la reparación de daños y en el factor protector. Muchas vienen con demasiada violencia y otros llegan simplemente por el hecho de estar en situación de abandono, así que tenemos una dinámica adentro con niños muy adaptados socialmente y otros que nos ha costado muchísimo».
En estos dos años han tenido casos en que algunos menores no se lograron adaptar y debieron trabajar en programas de salud mental «porque lamentablemente no son para estar en este tipo de residencia, dado que requieren de una especialización de salud mental más profunda».