El fin de semana pasado se llevó a cabo una manifestación artística de parte de jóvenes oriundos de Guayacán, quienes pusieron sobre la mesa una antigua lucha de las comunidades del sector: La presunta contaminación y afectaciones a la calidad de vida que dejan las operaciones de la Compañía Minera del Pacífico (CMP) en un territorio catalogado desde 2015 como zona típica por su patrimonio y cultura. Líderes de la denominada «resistencia» aseguran que a pesar de las altas utilidades que tiene la empresa, el compromiso con el pueblo estaría «al debe».
Es miércoles 15 de junio y unos cuantos trabajadores de la construcción aprovechan de comer su colación en la tradicional Plaza Urmeneta, espacio que tiene desplegado en uno de sus muros un lienzo que lleva la consigna «Guayacán bajo el hierro».
En ese mismo lugar durante la jornada del domingo, se realizó una tocata de bandas regionales que tuvo por objeto entregar una reflexión en torno a las problemáticas ambientales que los aquejan.
«Mucha gente de más edad ha ido dejando esta lucha de lado, pero ahora es la juventud la que ha ido metiéndose de lleno en este conflicto. Sabemos que hay muchos vecinos que no se meten, que no opinan, sin embargo igualmente apoyan la causa», dice Pamela, nacida y criada en el sector de Guayacán.
La mujer de 40 años vive hace 25 años en la que ella misma cataloga como «la primera línea» de la contaminación, pues su casa de la calle Varas colinda a pocos metros del muro que separa el puerto del barrio residencial. La fachada de su casa tiene un notorio desgaste, un color negro pareciera penetrar el verde original del inmueble. «Y eso que limpié en la mañana», dice entre risas, casi resignada. Por eso mismo fue que instaló en el techo una bandera negra con una frase contra la minera, el mismo ejemplo se repite en un centenar de hogares del sector.
Se trata del polvo fugitivo que emana desde CMP hacia las casas de Guayacán, problemática que se arrastra desde hace años y que se ha convertido en un verdadero dolor de cabeza para las dueñas de casa.
«Paso un paño por el mueble y aparece el famoso polvillo, en las piezas, en el patio. Si un vecino quisiera poner una piscina no puede, se bañaría en polvo a los dos meses, con los autos lo mismo, se ensucian entero. Además que es resbaladizo, una se anda cayendo a cada rato, y todo empeora cuando hay viento, ahí si que queda el despelote».
Juan Valdivia es un destacado historiador porteño que se ha dedicado a estudiar el conflicto, «CMP no tiene resolución medioambiental, solo se guía por resquicios legales, ya que la ley fue creada posterior a cuando se constituyó la empresa. Hago hincapié en que esta minera tiene raíces estatales bajo el gobierno de González Videla, con la usina de Huachipato, pero después pasó a manos privadas bajo Pinochet, y en ese contexto existe toda una confusión, ya que la gente sigue asimilándola erróneamente a un ente estatal, con nostalgia, pero pasó igual con SQM, fueron empresas financiadas con platas de todos los chilenos que se fueron enriqueciendo», apunta el historiador.
La historia hace referencia a que el pueblo de Guayacán data del siglo 19, en 1846, con la fundición minera. Incluso podría haber sido antes, advierte el profesional, con el asentamiento de Los Changos. Mientras que la entonces CAP se habría instalado en la zona en el año 1949, siendo en 1955 el primer embarque gracias a los capitales de Corfo.
Sobre los presuntos efectos a la salud que generaría el polvillo negro, Valdivia acusa que ese tema ha sido invisibilizado por las autoridades de turno. «Médicos de la zona no se explican cómo hay tanta gente que se dializa en Guayacán, cada dos casas vecinos ocupan un puff para respirar de mejor manera. ¿Qué le pasa don Juan que anda carraspeando? me preguntan, el famoso polvo, qué más, les digo».
Lo cierto es que en la actualidad no existe ningún informe preciso que evidencie la denuncia de estos vecinos, aunque «la resistencia» tiene su propia tesis de que sí contamina, incluso se habla de cáncer. Postura de la cual comparte el sindicato de pescadores de la caleta.
«Seremis han hecho vista gorda, tienen miedo a enfrentar a una empresa gigante, de las más grandes de Chile y el mundo en su rubro. Una vez estuvieron a punto de irse, hace 15 años, el alcalde Velásquez impulsó una arremetida que lamentablemente se fue esfumando, como siempre ha pasado, la empresa termina imponiendo sus términos».
Guayacán tiene actualmente dos juntas de vecinos, la número 13 y la José Tomás Urmeneta. Esta última estaría quebrada en su mesa de directorio, integrantes denuncian que el actual presidente estaría supuestamente a favor de la empresa.
«Hay gente que acá te va a decir que está feliz que la empresa le haya dado el pie de 90 mil pesos para la casa propia (…), tenía un vecino que hasta el día de hoy agradece la muñeca que CMP entregó a su hija o las cajas de alimentos para la pandemia. A los clubes deportivos de Guayacán les pasan pelotas o le arreglan la cancha, pero son migajas. Hay un evidente abandono al pueblo, a su patrimonio y a la calidad de vida de las personas».
En el año 2020 se habría cortado la relación entre CMP y las comunidades más criticas con la minera. Le exigen un domo gigante, un hangar que tape toda la maquinaria que la compañía instala en el puerto para evitar el paso del polvo, aquello todavía no tiene respuesta.
«Es difícil que se vayan para siempre, solo pedimos más atención al pueblo. En Caldera, la minera da 70 becas a estudiantes, acá solo cuatro. Lo último que hicieron fue cubrir la transporta dora que fue petición netamente de las comunidades. Tratan a Guayacán como si fuera un pueblo normal y no es así. Acá hay cultura y patrimonio, cuyo objetivo es protegerlo, conservarlo, preservarlo y divulgarlo, hoy no hay nada, solo destrucción, mira la iglesia, está totalmente abandonada» … dijo el historiador.