Caminando por el centro de La Serena, en los paseos peatonales, resulta llamativo escuchar las melodías del «organillo», que con un amplio reportorio musical, dulces, colores y el cántico de un loro, llevan la alegría a los niños y turistas proveniente de diversas partes del mundo.
El musicólogo Agustín Ruiz relata que la historia de los organillos en Chile se remonta al siglo XIX, donde el organillero chileno adquiere una costumbre trashumante y de andar acompañado con un loro que entrega las tarjetas de la suerte. Actualmente los organilleros tienen reconocimiento como promotores a la cultura popular, lo cual se materializó en el 2.001, con la creación de la Corporación Cultural de Organilleros de Chile, según el decreto N°723.
Es un complejo sistema de cilindros y púas comandado por una manivela, la cual al girarla reproduce antiguas canciones escondidas en un cajón, cuyo peso es de aproximadamente 40 kilos. El organillero se traslada con el instrumento y el loro de una calle a otra y de ciudad en ciudad llevando la canción del recuerdo.
Ese espíritu de aventura lo trasmite don Gustavo Muñoz, quien desde los 12 años comenzó su carrera como organillero junto a su padre en Valparaíso. Ahora ya con 80 años, guarda historias y anécdotas que vivió recorriendo el país. En algunas ocasiones cuenta que caminó a pies desde La Serena a Coquimbo, cargando a sus espaldas el organillo acompañado del alegre cantar del loro.
«Mi papá tenía 2 organillos, se le portaban mal los trabajadores, entonces le dije yo voy a salir con un organillo y de ahí me acostumbré. Ahora a pesar de mi edad, sigo trabajando», narra don Gustavo, mientras se acervan niños y familias para ver al loro y pedirle una melodía.
«Es muy bonito, porque la música trae el recuerdo, eso a toda la gente le gusta, especialmente al extranjero, porque los organillos están en todo el mundo», cuenta el experimentado organillero, quien lleva más de tres en La Serena.
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