En la céntrica y concurrida avenida Francisco Aguirre, de la capital regional, un grupo de amigos comenzó a entregar colaciones a personas que atraviesan serios problemas derivados de la emergencia sanitaria.
Partieron el viernes con 60 platos. Este jueves entregaron más de 400 almuerzos.
«La gente ya sabe que estaremos para ayudarles con comida caliente…», aseguran.
En la Avenida de Aguirre, para ellos Diaguita, Olga Valenzuela prepara junto a un grupo de amigos 400 platos de porotos. El día viernes fueron 60, cuando comenzaron con esta cruzada solidaria.
Todos se conocieron en el contexto del estallido social. Algunos ya titulados de la universidad y otros sin trabajo debido a la crisis social y sanitaria por el coronavirus, nuevamente estrecharon sus manos. Esta vez no para arrancar del carro policial, sino que para ir en ayuda de las familias que más lo necesitan.
Partieron por las noches, entregando alimentos a las personas en situación de calle. Pero viendo que la necesidad era mucha, decidieron hacerlo de día y «para todo el que necesite», cuenta Joaquín (30) mientras pica cebolla cual master chef.
«Hay que apurar, niños, que antes de la 1:30 hay que tener la comida», les dice Olga, mientras supervisa los dos fondos que hierven bajo el sol, que a esa hora se siente inclemente.
La Andrea, la «Negra», el «Medalla», el Samuel, la Valentina, el Jota y el «Turbina» cumplen cada uno con su rol. Mientras unos barren para hermosear el lugar, otros hacen las compras, juntan los servicios. «Todos acá tienen una función», avisa Olga, a esa hora ya inquieta.
Al menos un toldo
Olga Valenzuela tiene 52 años y es la encargada de preparar el almuerzo. Mientras revuelve los tallarines asegura que nunca pensó en su vida volver a las ollas comunas, a los comedores populares, «y hoy estamos acá, liderando una olla común que está siendo avalada por los cabros más jóvenes, pero de verdad que es volver atrás. Para mí y para muchas personas, es un retroceso de casi 30 años. Y lo peor es que las autoridades no se preocupan del tema, no se preocupan por último de mandar una caja de mercadería o un toldo para cubrirnos, nada…», se queja resignada.
A esa hora, y producto del olor a comida casera, al comino y al cilantro, comienzan a llegar los invitados, en su mayoría gente en situación de calle. Se sientan y esperan. Víctor y José son los primeros.
Olga los mira: «Los niños acá repartían comida a la gente en situación de calle, pero propusieron la idea de hacer una olla común, porque se encontraron con que no solamente la gente de calle quería un tecito y un plato de comida, sino que se dieron cuenta de que hay muchas personas que no eran situación de calle y que andaban con hambre. Así nació la idea y acá estamos».
Esta mujer destaca que «en un comienzo habíamos pensando entregar comida tres veces a la semana, pero nos dimos cuenta que era necesario hacerlo todos los días. Y partimos haciendo 60 almuerzos el viernes…».
En tres días se han dado cuenta que el número de personas ha ido creciendo. Por eso agradecen el apoyo de la gente que ha colaborado con dinero y alimentos.
«La misma gente nos ha venido a entregar cooperación, regalando un paquete de tallarines, de arroz, y así se va juntando. Una señora este miércoles nos regaló un fondo lleno de fideos, de salsa de tomate. Otra señora nos donó dos quintales de harina, papas, zanahoria, cebolla y así vamos juntando. Otros han donado dinero y con eso compramos el gas, pero como es de 5 kilos y para el rato que lo tenemos encendido, no dura más de dos días», advierte.
Respetando el espacio
No pertenecen a ninguna entidad política. Más bien con el estallido social, reconoce el Jota, de 23 años, «fuimos formando lazos de amistad e ideales, que hoy se ven reflejado en lo social. Así que decidimos, siempre siguiendo los protocolos de seguridad, hacer esta actividad de la olla común».
Víctor y José siguen esperando. A ellos se le van sumando más amigos, todos con mascarillas y respetando el distanciamiento recomendado. Se van saludando «de codo».
Este viernes entregaron 60 raciones, el lunes 170, el martes 200 y este miércoles 365. «Vamos sumando todos los días y viene gente con su ollita: ‘sabe, tengo tres niños en la casa, ¿me puede convidar?’ Y le llenamos la olla para que coma en su casa con sus hijos. También viene gente que se queda a almorzar acá, sentado a un lado, y estamos hasta casi las cinco de la tarde, pues a esa hora aún viene gente a comer. Las personas que hacen fila en el IPS cuando ven que estamos repartiendo, cruzan y también se le entrega su plato de comida. O gente que anda buscando trabajo y que lleva horas sin comer también, no hay problema: ‘almuerce, tome…’», relata.
El viernes se preparó guiso de verduras, el lunes lentejas y este miércoles carbonada, y así van haciendo el menú diario, siempre en la medida de las cosas que tengan.
«La idea es que la gente venga y nos aporte en lo que pueda, incluso con dinero, porque hay que comprar el gas, las servilletas, cucharas plásticas, también el alcoholgel que les ponemos en sus manos cuando reciben su colación. La plata que recaudamos la gastamos comprando todos los días los potes de plumavit, que es donde entregamos la comida por medidas de seguridad. Entonces tenemos que ir comprando todas esas cosas para poder ir sustentando la olla, ¿me entiende?».
Esta olla común es en pleno centro de La Serena «y pensamos llegar hasta donde más podamos, porque vemos que la situación va empeorando y cada días es más la gente cesante y que tiene hambre», se lamenta Olga, mientras da el visto bueno.
José y Víctor siguen sentados, conversando, junto a otros amigos, pero sabiendo que la hora de colación ha llegado.
«Soy de Santiago, pero acá ando patiperreando hace un tiempo. Segundo día que vengo y espero venir mientras dure. ¿Si me cuido? Sí, con el coronavino, jajá», aclara Víctor (50) aún molesto, porque dice que carabineros me «botó la ruca que tenía detrás del MOP».
Lo mira José, que dice vivir a la intemperie, en el puente Zorrilla.
«Esta gente no puede tener mejor corazón, así que muy agradecido por lo que están haciendo con nosotros. Para mí esto chicos fueron enviados por Dios, ya que soy situación de calle, ¿entiende? Y voy a venir mientras se pueda. No tenemos qué comer, no tenemos trabajo, entonces a dónde vamos a ir…».
Es muy cansador
La fila ya es enorme. Cruza la calle. «Hay para todos, así que respeten la distancia», les grita Andrea.
El «Turbina» aprovecha de barrer. Nadie recibe su colación sin antes pasar por el alcohol gel. «Acá las medidas de precaución son importantes», avisa el Jota. Y agrega: «Ya que partimos en esto, entonces decidimos comenzar a trabajar como un colectivo e incluso tenemos una página en Instagram (Tino_lasta_ ipachay) para recibir ayuda a través de contactos que nos hicimos en todo el tiempo del estallido social…».
Joaquín, profesor de Historia y de Educación Física, revela que «es una experiencia nueva para todos, y si bien nunca se ha ido de Chile, para nosotros la olla común es algo nuevo».
Del grupo fue uno de los que comenzó a repartir alimentos por las noches «y entregar 30 platos de una fue chocante, y ahora que estamos entregando más de 400, imagínate. Pero es una diferencia tremenda a lo que nosotros podíamos hacer desde la casa en algún momento, así que juntarnos acá fue bueno».
Acentúa que son la única olla común que está en el centro de la ciudad y que, por lo mismo, «hemos recibido felicitaciones de diferentes lugares, porque estar repartiendo tanta comida hasta las cinco de la tarde de verdad que es cansador. Pero es bacán hacerlo».
Respecto de la ayuda que han recibido, donde incluso algunas personas se ha comprometido para seguir aportando al verlos ahí, lagrimeando de tanto picar cebollas, lo agradece. Y espera que sigan colaborando. De las autoridades no espera nada.
«No hago ningún llamando a ninguna autoridad porque ya no están. En algunos sectores no hay luz ni agua y tampoco han estado. No vale la pena esperarlos. En una situación así, sólo el pueblo ayuda al pueblo».