Es una de las casonas más singulares de la zona típica de La Serena: su imponente fachada de altos dos pisos, su torre solitaria en el centro del frontis, sus gastados colores blanco y marrón, sus ventanas y puertas coronadas por arcos, su aire de elegancia antigua. Al contemplarla fácilmente puede uno imaginar gentes de refinados ropajes subiendo la escalinata de mármol y cruzando las puertas de madera noble y vidrio. Es la Casa Jiliberto, un patrimonio de la ciudad que ahora podrían encaminarse hacia un nuevo destino: convertirse en el nuevo Centro Cultural de la Municipalidad de La Serena.
Se encuentra en la calle Cienfuegos, cerca de la esquina con Colón. El sitio web Patrimonio Urbano, del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, describe a este inmueble como un “edificio ecléctico de dos pisos, construido en adobe, tabiquerías y madera en torno a patios interiores. Partes de su fachada están recubiertas con lámina de hojalata estampada imitando ladrillo. En el eje de la fachada, remarcando el acceso, tiene una torre en tercer piso. La fachada posterior tiene una galería que enfrenta el jardín”.
Cuenta con una superficie de 947,59 metros cuadrados construidos y un terreno de 1.495,65 metros cuadrados, en pleno corazón de la ciudad. Posee declaratoria como inmueble de conservación histórica, pero no como monumento nacional; aunque tiene méritos para serlo, su propietaria no está interesada en ello. “No, ni Dios lo quiera. He tenido muchos interesados en comprar la casa, pero no se ha podido vender porque la Dirección de Obras no da permiso para demoler, y los interesados lo que quieren es el terreno, no les interesa la casa”, dice con toda honestidad Adriana Honores, viuda del abogado Alejandro Jiliberto.
A sus 84 años es la única integrante de la familia que reside en el lugar. Accede a conversar con nosotros y mostrarnos su casa, pero no a que la fotografiemos.
Hace mucho tiempo espera vender la propiedad, pues a su edad no se siente en condiciones de cuidarla. “Esta casa es enorme, cuesta mucho la mantención”, indica, pero agrega que “sería triste que la demolieran”.
Sus tres hijos están a cargo del proceso de venta. Ninguno de ellos quiso vivir en la casona. “Todos buscan casas modernas. No les llama ni la atención. Estuve de cumpleaños y me llevaron a Pisco Elqui. Les dije por qué no lo hacemos en la casa, (le contestaron)
‘no, queremos salir, tomar aire’. Yo adoro mi casa. He vivido 63 años acá. Actualmente tengo 84. Ya estoy cansada”, señala.a