El sábado 7 de septiembre de este año, Carmen Henríquez, de 53 años, veía televisión junto a su marido en el living de su casa. Eran las 19.36 horas cuando suena su celular.
¿Hablo con Carmen Henríquez?
Sí, con ella. ¿Con quién hablo yo?
Usted habla con la persona que anda buscando hace 30 años. Porque usted anda buscando a una persona, ¿verdad?
Sí, busco a mi hijo.
Yo soy su hijo…
El 9 de junio del año 1987, Carmen da a luz a Juan Pablo en el Hospital de Antofagasta. Por ser prematuro queda hospitalizado, y recién a los 3 meses es dado de alta. Con Juanito en sus brazos y los 23 años de edad, regresaba a Calama.
Por entonces la situación no era fácil. Y como el padre de sus otros dos hijos casi nunca estaba, «debí arreglármelas solas», cuenta esta mujer, cuya historia no es fácil de narrar sin que se perciba aún el dolor y la impotencia que tuvo que masticar por años.
Pese a los cuidados, Juanito no logró recuperar el peso, y tuvo que ser derivado a un Centro de Nutrición Infantil. Ahí comenzó su pesadilla.
Dos años antes había estado su otra hija por cerca de 8 meses y el resultado fue óptimo. «Si el niño va a salir bien, entonces no dudé en llevarlo», dice.
Su caso, debido a su vulnerabilidad, lo tomó una asistente social. Ellos querían saber su condición para darle de alta. Pero Carmen no entendía. «Porque tenían que investigar mi vida», les preguntaba una y otra vez.
Por entonces vivía en una casa de adobe, con piso de tierra, «pero muy limpia». Por lo mismo, le sugirieron arrendar otra pieza y así le darían el alta a Juanito, que seguía creciendo.
«Y me cambié con harto esfuerzo junto a mis hijos (de 5, 3 y una de pecho) y el padre, que aparecía de vez en cuando. Pero cuando me visitaron en la casa le negaron el alta».
Con voz pausada, recuerda que cada vez que visitaba el centro era muy especial. Porque Juanito la abrazaba. Y le daba besos. Y le cantaba. En esos años estaba pegando la canción ¡Oh, Mamá! Ella Me Ha Besado, de Pablito Ruiz.
«Juanito se colgaba de mi cuello y me cantaba esa canción. Yo no veía que tuviera algún problema. Pero ellos seguían insistiendo en que tenía reflujo, problemas a su estómago… La última vez que me dijeron que le darían el alta fue en 1990, cuando Juanito tenía tres años. Luego dijeron que se lo entregarían a mi suegro por tener una mejor condición económica. Y visitaron su casa, le hicieron comprar un cuna, habilitó una pieza, dejándola bien bonita, pero finalmente tomaron la decisión de no entregárselo. Esta vez porque era una persona de la tercera edad».
Empoderada
A esa altura algo no estaba bien y Carmen lo intuía. Juanito estaba cumpliendo edad y debía salir del centro. La situación económica seguía empeorando «y ya no me alcanzaba para seguir arrendando, así que me fui a Santiago con mi madre para trabajar y tirar para arriba, y luego volver a buscarlo. Hablé en el centro y me dijeron que viajara tranquila, que cuando regresara me iban a gestionar su alta…».
Así partió esperanzada. Primero a Antofagasta en bus y luego a Santiago, haciendo dedo en camiones, «con la ropa en cajas plataneras. Me demoré casi cuatro días en llegar», dice entre risas, mimando a su gato que se le sube entre las piernas.
En la capital, en la comuna de Recoleta, encuentra un trabajo, junta dinero y regresa a los tres meses, porque el suegro le dice que debía viajar de manera urgente «porque algo había escuchado sobre una adopción…».
Viajó empoderada, con una postura más desafiante. «Vengo a buscar a mi hijo», les dijo. Pero en el centro, lamenta, «no fueron capaces de decirme que ya lo habían entregado en adopción. Me dijeron que fue trasladado a un hogar».
Y llegó a buscarlo a ese hogar, donde fueron directos: ‘Acá no ha llegado ningún Juan Ardiles. No hemos recibido niños de ese centro’.
Entonces caminó varias cuadras, con dos bolsos llenos de ropa, y se presentó en otro hogar. Su intuición como madre le decía que algo estaba mal.
Y no se equivocó. «En ese lugar me dijeron que Juanito se fue en adopción».
La confirmación llegó a los días, cuando visitó el Juzgado de Menores. Y todo empeoró. La jueza a cargo del caso, sin vacilación, le dice que su hijo fue entregado en adopción porque ella lo había abandonado, porque fue demandada por abandono de hogar (El padre del niño la demandó por abandono).
«Yo quiero que me regresen a mi hijo…», reclamaba. Y la jueza le responde: ‘Señora, su hijo se fue en adopción y no le vamos a dar más detalles, se retira…».
Sí, el pequeño que salió de su vientre fue dado en adopción. Estaba todo preparado. Y sin su voluntad para que fuese así.
Carmen estaba destruida. No tenía familia. A dónde iba, qué puertas golpeaba. No sabía qué hacer, por dónde comenzar. Estaba totalmente desorientada.
Ya en La Serena
Pero decidió quedarse en Calama para seguir buscándolo. Nunca dejó de hacerlo. Llegó a una corporación de abogados donde le dijeron que no podían tomar el caso «pues acá hay pesos pesados». ¿Qué hago?, se preguntó.
Un mes estuvo indagando, tanteando. Pero sin noticias decide regresar a Santiago, para cuidar a sus otros tres hijos que la esperaban.
«En Santiago estoy menos de un año y regreso a Calama, donde estuve 20 años buscándolo. Porque seguí golpeando puertas y preguntando, pero nada. No me tomaban en cuenta», aclara.
Debido a un asma crónico tuvo que dejar Calama. Así llegó a La Serena, buscando una mejor vida. Se vino el año 2001, pero regresó al tiempo. Lo propio hizo en 2005 y 2009.
«Siempre pensé que estaba en esa ciudad y siempre estuvo muy cerca, ya que nunca lo sacaron de Calama», revela.
Y piensa: «Cuando lo iba a visitar al centro y me decían que estaba hospitalizado, creo que ya estaban esos padres visitando a mi hijo. Y se lo dije al ministro Hormazábal, que hubo un acercamiento antes de llevárselo, una tuición provisora hasta llegar a la adopción».
En La Serena decide entrar a Facebook y conoce a la Agrupación Hijos de Madres del Silencio, donde contacta a algunas mamás que son de Antofagasta, pero nada.
«Mi hijo no me andaba buscando porque no sabía que era adoptado. Pero al tiempo y por las mismas redes sociales, conozco a la Agrupación Madre e Hijos se buscan, que son de La Serena. Pero por redes sociales siempre lo busqué, siempre subiendo la única foto que le saqué, cuando tenía tres meses y 17 días».
¡Me dijo mamita…!»
En la agrupación, y conociendo la historia de otras madres, el dolor y el recuerdo se hacían inevitables. Fue así que declaró ante la PDI y el ministro Vicente Hormazábal, encargado de ver las causas vinculadas a las desapariciones de menores en toda la zona norte del país, tal como el juez Mario Carroza, quien está a cargo de rastrear las adopciones irregulares de niños chilenos durante los años de la dictadura, y con patrones de conducta y actores que se repiten: médicos, jueces, matronas, asistentes sociales, funcionarios del Sename, monjas y curas…
«Todo fue rápido y gracias a que en la declaración entrego aristas, me voy acordando de cosas y doy otros nombres que no di en la declaración que le entregué al abogado de Derechos Humanos, porque cada vez que hablaba me iba acordando de más situaciones. Sin embargo, en la PDI fueron claros: Puede que no lo encontremos, que no me haga esperanzas, y que de estar vivo no sabían en qué condiciones lo podían encontrar, y si es que lo encuentran …», relata.
Esa declaración ante la PDI la hizo en el mes de agosto y ya el 7 de septiembre le suena el teléfono. Era su hijo.
«Lloraba, no me calmaba. Balbuceaba. Fue un momento de agonía, porque no sabía si me estaban hablando en serio, si era alguna broma. Cortamos luego de unos minutos, porque yo no me sentía bien. Y a las 21:05 le devuelvo el llamado por video llamada y era él, mi hijo. Ya no había dudas».
Continuaron comunicándose hasta que Juan decide viajar. Lo hizo el 17 de septiembre. Carmen lo fue a buscar al terminal de buses. Aquel fue un momento especial y único.
«Aunque han pasado ya casi 30 años, nada más verlo, enseguida lo abracé y lloré. El me calmaba: ‘ya estoy acá’, me decía. Lo abrazaba y le decía: ‘mi guagua, me bebe, mi Juanito’. La imagen que tengo es de Juanito bebé, mirando su foto, la única que tengo; y cuando tenía tres años y estaba en el centro, donde me abrazaba y me cantaba. Para mí, mi hijo no crece. Me cuesta asumir que es un hombre de 32 años».
Juan Pablo estuvo 12 días compartiendo junto a Carmen y sus otros hermanos. La fiesta fue completa. Tan intensa como ese conmovedor abrazo en el terminal de buses.
Hace unos días Juan Pablo regresó al norte, con su familia. Esta vez fue diferente. Carmen sabía que volverían a encontrarse. Y ese día por fin esta madre pudo completar el puzzle que le faltaba: «Cuando Juanito subió al bus me dijo: gracias mamita por los días que me regaló. ¡Me dijo mamita…!».
Desde entonces, Carmen recuperó el aliento. Volvió a sonreír, pues ya no se quedó abrazada a esos primeros recuerdos, a la foto aquella que la acompañó por 30 años.
«Agradezco a Dios, que por sobre todas las cosas me mantuvo firme en la fe de que algún día encontraría a mi hijo Juanito, y también a Agrupación Madre e Hijos se Buscan, y a Derechos humanos, que fueron fundamentales en este encuentro».