Hasta el día de ayer, un tanto nublado, se prestó para que los miles y miles de compradores que llegaron al gran recinto pampillero recorrieran los numerosos locales, cada uno de los cuales era atendido por personas que se esmeraban en presentar sus ofertas.
Pantalones de jeans a mil pesos, ollas a quinientos, sacacallos a quinientos, lentes de sol a mil, sombreros ecuatorianos a quince mil, un par de botas del Ejército con poco uso, a tres mil el par… y así, herramientas, lanas, blusas, aperos de huaso, gorros, música ranchera, maní, juegos de magia… etc, etc.
«Ha sido una Pampilla muy tranquila, nos cuenta la Jefa de Seguridad del Municipio, Wilma Sánchez.
Ya son las 20 horas y el sol se ha puesto. Comienza el desarme en las ramadas, se termina el paseo en el bus de dos pisos, los chinchineros nos brindan el último baile, carabineros se relajan y ahora los vemos conversando… Pero en los cerros todavía brillan muchas luces en las carpas.
Han pasado seis días de fiesta y muchos se quedarán hasta mañana domingo.
El comercio – lo que va quedando- funcionará también hasta mañana, al igual que la seguridad y los servicios de aseo.
En el balance, todos sacan cuentas alegres. La chicha se agotó, al igual que los helados de piña con los que se prepara el «terremoto».
En la historia de la Pampilla se tendrá que consignar que este año hubo dos noches en las que se agotaron las entradas para personas y para los vehículos. El lleno fue total.