El homicidio de Benjamín Antonio Quero Rodríguez fue la gota que rebalsó el vaso. Los vecinos acusan vivir sumidos en el miedo, la delincuencia y las incivilidades, y ante lo que acusan sería «una nula respuesta de las autoridades a su problema», hay quienes son partidarios de tomar las armas y defenderse por su propia cuenta.
Hace tiempo que lo vienen denunciando, aunque de manera informal. Algunos de los sectores más antiguos de La Serena, como el Barrio Almagro, que, de hecho, es el segundo más longevo del país, en el último tiempo se han visto inmersos en la ola delictual que azota las calles a nivel nacional pero que recae con mayor fuerza en algunos lugares. Uno de estos sería, en particular, calle Almagro, donde los vecinos aseguran que se vive una ola de robos, pero debido a que no realizan las denuncias, finalmente desde Carabineros nada pueden hacer por potenciar la seguridad en este lugar, ya que si no hay una denuncia, el delito no existe.
El último homicidio
En este barrio tuvo lugar el homicidio número 33 ocurrido en la región durante 2024, cuando la madrugada del lunes, un sujeto que todavía se mantiene prófugo de la justicia, disparó y terminó dando muerte al venezolano Benjamín Antonio Quero Rodríguez, de 45 años, quien se encontraba de manera irregular en el país.
Aunque el móvil del crimen sigue siendo investigado por la Brigada de Homicidios de la PDI, la tesis que corre con más fuerza es que se haya tratado de un ajuste de cuentas debido a rencillas anteriores producto de las drogas, ya que el lugar es un punto de venta y consumo de pasta base de cocaína.
Pero el homicidio sólo habría sido la gota que rebalsó el vaso. En el lugar el temor se percibe en el ambiente y las personas no se sienten seguras ni siquiera en sus hogares. Carmen Vega ha vivido en el sector desde siempre, y asegura que si bien ha habido momentos complejos en relación a la delincuencia, nada se asemeja a lo que están viviendo ahora. Es dueña de un negocio, el cual tuvo que enrejar por completo y dejar sólo un pequeño espacio para recibir el dinero de los clientes, dar vueltos y entregar los productos. «Lo hice porque no me quedó otra opción, aquí roban todos los días, sobre todo el último año. Se han hecho cosas, con los vecinos nos juntamos y pusimos cámaras, pero no ha sido suficiente. Los delincuentes de alguna manera se las arreglan», enfatiza, agregando que están rodeados de incivilidades, en un barrio donde se debería respetar la tradición. «Más arriba tenemos el motel Claro de Luna, abajo está el Arcángel, la disco gay. En estos dos focos pasan cosas que son dañinas y rayan en lo delictual. Vemos a gente teniendo relaciones sexuales en la calle, peleas en las afueras de la disco, gritos, entonces llega un punto en el que se hace insostenible».
Armados
Lo llamaremos Ronald. Se trata de otro vecino del sector de Almagro, que la noche del lunes escuchó cómo dos grupos, o dos sujetos, «se agarraron a balazos entre ellos, yo no quise salir hasta que terminaron los disparos, había llamado a Carabineros pero no llegaron, entonces qué le queda a uno. Claro, nos dicen que denunciemos, pero cómo vamos a denunciar si cuando los llamamos no llegan. Ese día llamé y esperé más de dos horas, pero no aparecieron».
Ronald es de los que considera que ante esta situación no les queda otra opción que tomar las armas y defenderse por ellos mismos. Admite que él adquirió un revólver y no tendría ningún problema en utilizarlo si fuese víctima de alguna acción delictual. Lo muestra con una mezcla de orgullo y resignación, ya que reconoce que el tener el arma le permite sentirse más seguro, pero a la vez tampoco le gustaría quitarle la vida a nadie. «Lo que pasa es que aquí el tema está muy complicado. Usted vio lo del homicidio, y al día siguiente la balacera fue impresionante. De alguna manera nos tenemos que defender», manifiesta Ronald, quien mira por la ventana hacia su patio trasero que colinda con el río, donde, dice, se ocultan muchas veces los antisociales.
De la billetera a la muerte
Víctor Castañeda no vive en calle Almagro, sin embargo, desde hace algunos años debe pasar por ahí obligadamente para llegar a su trabajo, y admite que con el tiempo la sensación de miedo va aumentando, sobre todo porque, asegura, «uno ya no arriesga que le roben la cartera, sino arriesga que lo maten».
Admite que más de alguna vez a sentido que lo están persiguiendo, y decide parar, mirar hacia atrás y sacar su pistola de electroshock para estar listo para defenderse en caso de cualquier agresión. «Pucha, yo sé que es ilegal, o que no se puede dar con esto. La verdad es que no me sé la norma, pero al menos me siento más seguro. Aunque claro, si me apuntan con una pistola no tendría nada que hacer», sostiene, agregando que, «si tuviera la posibilidad, por supuesto que me compraría un arma de fuego, porque la cosa ya no es juego, esto es en serio. Y en ese sentido, prefiero que me lleven preso por andar con la pistola a que me maten porque no tengo cómo defenderme».