El sacerdote, quien ejerció en la arquidiócesis de La Serena y actualmente es capellán de la Posta Central de Santiago, dice tener sentimientos encontrados luego que ayer el Papa aceptara la renuncia del cardenal Ricardo Ezzati. «No tengo nada que hablar con él, sigo pensando que acá hubo un encubrimiento muy fuerte de parte de él y del cardenal Errazuriz a los abusos que cometió Francisco José Cox».
El comunicado del Vaticano, además, decía que el pontífice nombró como sucesor -pero en condición de «administrador apostólico- a Celestino Aós Braco, obispo de la Diócesis de Copiapó y, digamos de paso, que bien conoce el padre Manuel Hervía.
«Trabajamos juntos en la asociación de derecho canónico», cuenta Hervia a través del teléfono, aún sin saber qué pasará con él, porque «tengo prohibición de hablar de algunos temas, prohibición impuesta por el cardenal Ricardo Ezzati».
Manuel Hervia vive hace años en Santiago, hoy en la Casa del Clero, una residencia dependiente del Arzobispado, y trabaja en tres hospitales (San Juan de Dios, Luis Tisné y la Posta Central, en donde hoy es capellán, una unción que cumple tras orden del propio Ezzati) y de donde no quiere moverse.
«¿Qué pasará conmigo? No lo sé, tengo que ponerme a disposición del administrador apostólico, pero por supuesto que mi deseo es seguir en Santiago trabajando en los hospitales, atendiendo a los enfermos de urgencia y apoyar a sus familiares. Lo que hago es una labor muy bonita, dentro de lo dolorosa que es. Pero me pongo a su disposición, y si requiere de mi ayuda con mucho gusto se la daré».
El padre Hervia fue denunciado por haber abusado sexualmente de nueve niñas en un hogar de Santiago en 2011. Desde ese instante comenzó su calvario. Tres años duró el proceso civil y cinco años el canónico. Todo terminó en marzo del año 2016, cuando se le declara inocente.
Por eso, hoy dice tener sentimientos encontrados al saber que Ezzati ya no seguirá siendo cardenal.
«Siento como sentimientos encontrados, porque me recuerda a mi madre fallecida hace tres meses. Ella era la que más rezaba para que el Papa sacara a Ezzati. Ella era muy sabia, con una fe muy profunda, y siempre me decía que este hombre ha hecho mucho daño, y a ti te hizo mucho daño y tú no entiendes que al que más le convenía que estuvieras suspendido cinco años, que fueras acusado de abusar sexualmente contra nueve niñitas, era él. Era Ezzati, ya que con eso te mantenía callado de por vida para que no denunciaras los abusos cometidos por Francisco José Cox».
Agrega que «la mejor manera de silenciarme, me decía, era acusarte de abusador. Recuerdo bien cuando yo le refutaba lo que me contaba: no creo mamá. Y ella respondía: eres muy ingenuo, Manuel, la maldad es muy grande. Tú bien sabes lo que sufrí cuando
Cox impidió que los seminaristas volvieran a mi casa por tratar de proteger a ese niño que él se llevó al arzobispado y abusó de él».
Reconoce que más que un sentimiento de alegría, «es de tranquilidad, pero sobre todo el de pedir que se haga justicia. Conmigo monseñor Ezzati abusó de su poder, porque me presionó para quedarme callado, me amenazó en una época muy compleja en lo personal, pues tenía a mi madre enferma y necesitaba trabajar. Y él me lo dijo: tú vas a tener nuestra ayuda si te quedas callado, o de lo contrario te vas. La verdad que eso no es digno de un pastor, abusar de esa manera de un sacerdote, más cuando tenía a mi madre enferma y sabía que tenía que trabajar. Pero era su obsesión de proteger a Cox».
Bien sabe el padre Hervia que «pasando a ser emérito no hay poder, y que muchas víctimas van a comenzar a hablar. ¿Yo? Si el tribunal me lo pide, claro que hablaré, pero ya lo hice con monseñor Charles Scicluna, a quién le conté mi verdad hace unos meses».
Tras haber hablado con el enviado papal, la opción de ser trasladado hasta Concepción como castigo era cuestión de días. Sin embargo, hoy todo ha cambiado…