El 16 de septiembre y los días posteriores han dejado cientos, quizá miles de historias; algunas de tragedia, otras de heroísmo, otras de voluntad contra los dictados de la naturaleza.
José Rojas Pérez es el jefe de flota de Pesquera Isla Damas, una empresa familiar de Coquimbo, de propiedad de su suegro, Guillermo Donoso, dedicada a la pesca y procesamiento de crustáceos. Posee una flota de seis barcos de arrastre más uno palangrero, para la captura de albacora; una planta de proceso llamada Guidomar y un taller de mantenimiento para sus maquinarias, ubicadas en Libertad con Lo Barrio, en pleno sector Baquedano.
Al momento del terremoto estaba en su casa, en la Villa Santo Domingo. Como tantos otros, se preocupó de la gravedad que pudiera alcanzar la situación, tanto por el propio sismo como por el consecuente corte de luz, y particularmente, por los anuncios de un inminente tsunami. Tomó su camioneta y salió en busca de sus hijas; una de ellas estaba en La Herradura y la otra, a bordo de un bus, de vuelta desde Santiago. “Me fui a El Panul a parar el bus; me atravesé en la carretera, les dije que no bajaran porque había un tsunami”, relata.
Luego de dejarlas en un sitio seguro, se acercó hacia Baquedano, en donde residen dos cuñados suyos. Pese a todas las alertas que se divulgaron luego del terremoto, jamás esperó que el golpe que el mar lanzaría contra Coquimbo sería tan potente. “Mis cuñados estaban arriba del techo de la casa, me avisaron por Whatsapp. Cuando me dijeron yo no les creí, pero al llegar recién asimilé que era verdad. Nunca pensé que era para tanto”, dice. Agrega que “a la altura del Pernostock vi una mancha negra que venía. Era la segunda ola. Salí arrancando”.
De esa madrugada, este hombre de mar guarda numerosas fotografías y recuerdos: el ruido infernal de objetos arrastrados, colisionando unos contra otros; el olor de una emanación de gas, saliendo desde el edificio de la Teletón, y otra de amoníaco, desde una planta pesquera vecina; la impresión de ver, en la esquina de Baquedano y Libertad, un hombre muerto abandonado allí por las olas.