Si le pregunta a un chileno que vive en el extranjero cuáles son los productos que más extraña de su terruño, seguramente mencionará la marraqueta, unos buenos mariscos y la infaltable piscola.
No se sabe quién fue el primer ingenioso que decidió mezclar nuestro emblemático pisco con un brebaje traído de tierras lejanas, que prometía curar la indigestión y aportar energías. Fue así como en los años 40 comenzó a prepararse la chilenísima piscola.
Pronto esta combinación comenzó a ganar popularidad, sobrepasando a otras bebidas alcohólicas, tales como la cerveza, la chicha y el vino. Su popularidad se dispara en la década de los 70, cuando los destilados extranjeros como el ron o el whisky comienzan a escasear.
Simple, fácil y refrescante, la piscola es la reina indiscutida cuando se trata de tragos chilenos y la receta es tan simple como fabulosa: vaso largo, cubos de hielo, pisco, bebida cola y a disfrutar. Hay quienes agregan unas gotas o rodaja de limón, o cambian la bebida cola por una transparente, dando origen a la famosa «piscola blanca».
Siguiendo con nuestra innata tendencia a experimentar, a lo largo de Chile han surgido otras combinaciones con gaseosas, tales como el nortino «pistón». Cuenta la leyenda que en el siglo XIX, los ingleses que llegaron al norte de Chile atraídos por el salitre decidieron agregar agua tónica a nuestro pisco para buscar una combinación refrescante y con un toque amargo. Esta tradicional receta chilena vuelve a tomar fuerza, con una fresca mezcla a base de pisco, tónica, un twist de limón y unas gotas de vermouth bianco.
Clásico de los locales de pool de Valparaíso es «pulacho», que mezcla pisco con una bebida de fantasía con sabor a granadina. En algunas zonas de Chile también es conocido como «chuflai».
El tipo de pisco que se elija para la preparación de una buena piscola también será a gusto del consumidor: los piscos transparentes destacarán más los aromas frutales, mientras que los piscos de guarda aportarán el toque de la madera a la preparación final.